01
Sep

Me apasiona la estética

Al pasar la barrera de los diez años dedicada a la decoración, y próxima a presentarse en Casa Mater 2004, Clara Gil decidió abrir su oficina con showroom propio. Un espacio que no es una tienda, como ella misma se apresura a aclarar, sino el lugar ideal para que los clientes vean qué se trae entre manos.

Texto, Soledad Salgado S. / Fotografías, Carla Pinilla y José Miguel Pérez

En latín el nombre Clara significa dorada, brillante. Y, de alguna manera, la decoradora Clara Gil lo tiene bien puesto. Sobre todo cuando se ilumina hablando de su trabajo y parece que irradiara energía de pura pasión que pone en él.

A la entrevista, en el pequeño showroom que instaló en Vitacura, llega algo atrasada y acelerada. Ansiosa como quien estrena casa nueva, muestra su espacio, un lugar en el que cobran protagonismo mesas, sofás, sillas, espejos, lámparas. Algunos son creaciones propias; otros, réplicas de diseñadores contemporáneos.

¿Te sientes más decoradora o diseñadora?

– Más decoradora, porque lo que hago es interpretar las tendencias y llevarlas a un proyecto. Creo que nadie va a inventar mucho. La gracia es saber mezclar los materiales, las texturas, los estilos y, a través de eso, ir creando cosas distintas. Por ejemplo, mezclar cañamazo con seda y jugársela en eso.

¿Ese es tu fuerte a la hora de decorar?

– Sí, de todas maneras. Le pongo harto énfasis a la mezcla de materiales y también al color. Soy una convencida de que no cansa.

Muchos piensan que sí. Que agota.

– Para mí el color es un aporte y hace más interesante cualquier ambiente. Y creo que lo blanco cansa porque le falta fuerza, porque le falta vida, porque le falta alegría.

Clara lo dice con tanta seguridad que convence. Su voz más bien grave, la energía de sus palabras y los gestos de sus manos contribuyen a eso.

Partió hace poco más de diez años en este rubro. Recién egresada del Incacea hacía muebles de fierro, con mosaicos, con cerámicas Córdoba, creaciones medio «terraceras» que vendía por dato. Fue una etapa de exploración de los materiales que le serviría mucho en el futuro. Mientras trabajaba en una tienda de diseño de baños y cocinas conoció a Andrés Lería, un español que necesitaba una mano derecha para diseñar el proyecto de Las Tacas.

Fue su gran oportunidad.

– Tuve ene suerte. Trabajé como tres años con él, aprendí mucho, hasta que se me presentó la posibilidad de irme a Buenos Aires, y aunque no me dediqué a la decoración, fue una experiencia excelente en mi vida. Cuando llegué, me inserté rápido, ¡es que venía con tantas ganas!

En el año 1996 decidió formar, junto a su hermana Alejandra, una oficina que hoy se consolida con este nuevo showroom, enfocado a proyectos de decoración. Partieron desarrollando pequeños encargos, hasta que vinieron los grandes temas: fue Clara quien estuvo a cargo del interiorismo del Balthus, de la mano de la oficina de arquitectura Archiplan, donde plasmó un estilo que ella misma denomina retrofuturista. También realizó el casino de Puerto Varas, el más grande de sus proyectos y uno de los que más satisfacciones le ha dado, porque «pude volarme y diseñar algo distinto, ligado al arte, con harta escultura, murales y mucho color», comenta. Luego vino la casa del Chino Ríos, de 600 m2. Comenzaba el año 2000 y Clara Gil era un nombre que sonaba.

En los últimos años su fuerte han sido casas pilotos, restoranes como La Punta de La Dehesa, El Almendro en Pucón y el Break&Eat de Isidora Goyenechea. También la remodelación de tres pisos de habitaciones en el Hotel Portillo, y oficinas, entre las que destaca el diseño interior de un piso completo para una empresa de inversiones en el nuevo edificio de Borja Huidobro en El Golf.

¿Es reconocible la mano de Clara Gil?

– No me doy cuenta, pero la gente dice que tengo un sello. Siento que cambio mucho, porque a mí todo me gusta, dependiendo de cómo se pongan las cosas, del sentido que se quiera proyectar y del entorno. Hasta un cacharrito de greda sin gracia puede verse genial. Lo que sí, me gustan las buenas terminaciones. Soy súper exigente y perfeccionista.

Qué difícil en este país donde los maestros tienen fama de incumplidores.

– Es bien difícil, por eso ya aprendí y trabajo de frentón con mueblistas y talleres, con alguien que te «cache la mano» y que hable tu mismo idioma.

¿Cómo es la relación con los clientes?

– Me buscan porque conocen la manera en que trabajo. Mi desafío es aportar todo lo que sé para ayudarles a tener una mejor calidad de vida, educarles en el uso del color y desordenarles un poco la mente, que tiende a ser muy rígida y funcional. Muchas veces se cierran a nuevas posibilidades. Ahí entro yo y les digo: «miren, acá podemos poner unas butacas geniales en vez de sillas». No sé, creo que es importante ofrecerle al cliente algo distinto, sorprenderlo.

También es tarea difícil sabiendo que los chilenos son más bien tímidos para poner la casa.

– Eso está cambiando. Ahora hay mucha información en revistas, y en las mismas grandes tiendas que se están atreviendo más. La gente está abierta a nuevas alternativas.

Desde chica sentía atracción por lo bello, se fijaba en todo, era la reina del accesorio (hasta hoy lo es), decoraba su pieza y llegaba a ser maniática del detalle. Eso era pura pasión por la estética. Algo que, según ella, no puede faltar en quien ejerce como decorador.

– Tan importante como los estudios, o más, es el entusiasmo que le pones al tema. Muchas veces veo unos pilotos que son cero aporte, donde se nota que no hay ningún profesionalismo, desde las malas proporciones hasta la falta de creatividad con que son montados; en ellos no hay gusto ni fuerza, y eso se nota. Eso no es decoración, solamente es poner muebles.